sábado, octubre 27, 2007

the lady of song


Relato del autor aparecido en la revista "IRREVERENTES"

THE LADY OF SONG

He ido a ver a Julia a su casa. Ya es muy mayor y esta última enfermedad le acerca aún más a la triste realidad, pero afortunadamente, poco a poco también se aleja de ella; de la realidad. Primero fueron los problemas de la vista. La operación de cataratas de un ojo que sale mal, el glaucoma en el otro ojo, y al final, el resultado es que no ve prácticamente nada. Y la ceguera combinada con tener más de ochenta años, es un mal cóctel que la ha dejado paralizada y con el ánimo un poco a oscuras. Alguien en una ocasión hace ya bastantes años, según dice ella un médico, le recomendó que se pusiera gafas de cristales casi opacos para que se protegiera de la luz, y aunque de esto debe hacer muchos años, aún las lleva siempre, de día y de noche. Gafas oscuras, que también esconden un poco su mirada turbia y distraída.
Por la mañana he estado escuchando la maravillosa voz de Ella Fitzgeral, y he decidido regalarle el disco a Julia ya que sé que le gusta mucho. Cuando cantaba la canción que voy escuchando mientras conduzco, con su voz poderosa y penetrante tenía ventitres años y en aquel momento acababa de adoptar a un niño. Muchos años después se quedó también ciega, como Julia, pero Ella F. se quedó ciega por la diabetes que nunca se trató hasta que fue demasiado mayor. Una nota detrás de otra, y después otra y otra más. Cuando la escucho a veces me falta un poco el aire. Parece que no va a llegar a la siguiente, pero como por milagro o brujería, saca fuerzas renovadas y sigue cantando, como si tuviese una reserva de aire guardada en su pecho, y además la última es si cabe la más potente. Se adivina que detrás de toda esa fuerza de la naturaleza, de esa potencia, además de haber un portento de nacimiento, está también la juventud. La voz que escucho fue grabada en 1.941. Yo aún no había nacido. Dicen que la juventud todo lo puede, y casi es verdad. Pero además, Ella Fitzgeral estaba dotada de una voz, con un rango vocal de nada menos que tres octavas. Un piano de tres octavas; imagínenselo desmontado encima de una mesa con todas sus teclas extendidas y revueltas sobre el tablero, e intenten pensar en que la voz portentosa de Ella F. abarcaba todas esas notas, todas esas teclas, desde la más grave a la más aguda. Julia, sin embargo está sana, no como le ocurrió a Ella Fitzgeral en sus últimos años. Julia es de esas mujeres que nunca han estado enfermas. Pero la vejez no perdona; no perdona a nadie. Se puede envejecer con dignidad o no, pero siempre se envejece. El marido de Julia murió hace muchos años como consecuencia de un accidente de tráfico. Se dice siempre en las noticias: “ha fallecido como consecuencia de un trágico accidente de tráfico”, y a continuación viene la noticia siguiente. Pero la vida queda paralizada en ese accidente; queda congelada y ya no sigue avanzando. Julia supo sobreponerse y como también se suele decir, “salió adelante” trabajando como modista para una famosa firma de la época. Hoy, evidentemente, ya no puede coser. La madre de Ella F. murió como consecuencia de un trágico accidente de tráfico en 1.932, cuando en España era verdaderamente difícil el morir como consecuencia de un accidente de tráfico. Era lavandera y se llamaba Temperance.
Dicen que los ciegos tienen una sensibilidad especial para la música; para los sonidos. Es lógico. También desarrollan especialmente el tacto y el oído. He conocido a ciegos que trabajan como fisioterapeutas y son muy cotizados debido a que sus manos tienen un toque especial. En los años cincuenta, la firma de ropa de moda, se llevaba a Julia a recorrer las mejores pasarelas de Europa en Roma, Londres y París, para que copiara con un lapicero, en un cuaderno apaisado, los modelos, que luego cortaba en el taller de la calle Preciados de Madrid. Su trabajo era muy cotizado, ya que se convirtió en una de las mejores cortadoras de España. El padre de Ella F. se llamaba Willian, y abandonó a Temperance la lavandera, cuando la niña era muy pequeña, por lo que, al morir la madre, la pequeña huérfana pasó al cuidado de su tía Virginia. Ella F. no necesitaba ser ciega para que todo su ser estuviera empapado por los cuatro costados de música. La ceguera le sobrevino mucho después; en los años noventa. Ella cantaba desde pequeña. El disco que le he traído a Julia de Ella Fitzgeral es una recopilación de canciones de amor: “Love songs”. Es el disco que venía escuchando por el camino y que ha hecho que entre en casa de Julia con los ojos un poco húmedos. He estado a punto de llorar, mientras lo escuchaba, dos o tres veces. Julia es aficionada a la música de EEUU de aquellos años. Escucha a Cole Porter, a Frank Sinatra, Duke Ellington y otros así. Todos ellos cantaron o grabaron discos con Ella F. .
Una tarde lluviosa, Julia se bajó del avión cuatrimotor, procedente de París, en Barajas. Inmediatamente miró hacia la barandilla del edificio de enfrente. Allí estaba siempre Guillermo esperándola, pero aquella tarde lluviosa en Barajas, Guillermo no estaba. Vio sin embargo a su cuñada. La vio de lejos; la vio enseguida, allí justo encima de la puerta de llegadas internacionales. Cruzó el control sintiendo como el corazón se desbocaba por la ansiedad y cuando se encontró con la hermana de Guillermo, adivinó que algo muy malo había pasado. El Morris se había estrellado contra un árbol en la carretera de Mejorada del Campo. La vida es así. No te avisa de nada. Te cambia los planes de pronto, y no te deja tiempo ni para pensarlo. Cogieron un taxi para regresar a casa con la bolsa llena de patrones dibujados al vuelo, con tizas de colores en papel de estraza y la cara llena de lágrimas.
Debutó como cantante a los 16 años, en 1.934 en el Harlem Apollo Theater en New York, ganando el concurso Amateur Night Shows con la canción Judy. Tenía tan solo 16 años y su voz ya era prodigiosa, y mientras suena su voz, he conseguido que Julia se concentre en la música, moviendo los pies al ritmo a la vez que escucha. Me da mucho gusto verla casi bailar con sus gafas de sol oscuras y sus ojos turbios. Y viéndola me acuerdo de que un día me enteré de que a Ella F. le habían dedicado un sello postal. Su cara viajaba ahora pegada en miles de cartas por todo el mundo. Julia hace mucho que no viaja. Prácticamente no sale de casa. Da un pequeño paseo alguna tarde, pero la mayoría de las veces no quiere salir. Creo que también he visto un sello de Martín Luther King y otro de Malcolm X, todos ellos de piel negra. Julia salió fotografiada en una revista en 1.970, mientras vestía a una modelo para un pase. En realidad fotografiaron el taller de costura más que a ella, pero salió casi en un primer plano arrodillada junto a la maniquí, como antes se las llamaba. Ya se decía entonces que estaban demasiado delgadas.
En 1.983, tuve el privilegio y el honor de verla actuar en el festival de Vitoria – Gastéiz. The first lady of song ya no era ni su sombra, pero actuó profesional y dignamente. Quedé para siempre enamorado de Ella F. y del Jazz.
El disco ha terminado, y mi visita a Julia también. “Me tengo que ir” digo en voz alta. El disco es para ti. Julia me ha dado un beso con los ojos casi cerrados y nos hemos despedido. De Ella F. me despedí un día de pronto. Me enteré de que había muerto, ya no recuerdo el año, creo que fue en 1994 más o menos. Y ese día me quedé para siempre sin Ella F. . Me lo dijeron en el Aeropuerto de Barajas, justo el lugar en donde he escrito esta pequeña nota, sentado en la sala de espera.
“Uno vuelve siempre a los viejos sitios en que amó la vida, y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas” Es parte de la letra de la canción “Las simples cosas” de Cesar Isella y Cuchi Leguizamón, aunque yo la recuerdo siempre cantada por Mercedes Sosa con su inconfundible y poderosa voz.

domingo, junio 03, 2007






















El autor en la fiesta de Ediciones Irreverentes, celebrada en la casa de Cantabria en Junio de 2007

Primeros párrafos del relato del autor aparecido en el libro 13 para el 21

SON VENTANAS LAS PALABRAS

En los momentos más vibrantes parecía como si las manos del pianista no pudieran verse; los dedos corrían a toda velocidad, como si en el mismo segundo pretendiese tocar todas las teclas. Tuve aquel día la suerte de pasar por la puerta del auditorio, y fijarme sin querer en la programación. Vi que en la taquilla no había nadie esperando, y saqué una entrada para el concierto de piano de aquella misma tarde. Sin esperarlo, me encontré con una interpretación excepcional. Cuando te sucede algo extraordinario como este concierto de piano al que no esperaba asistir aquella misma mañana, es como si la imaginación ocupase el lugar de la realidad. La vida es más un sueño que otra cosa.

Hacía mucho que no acudía al auditorio a escuchar música, pero una serie de circunstancias, que no vienen al caso, hicieron que me acercara a las taquillas, y comprase la entrada de aquel concierto de piano. Y cuando la vendedora me dijo que quedaban muy pocas entradas, empecé a darme cuenta de que aquel concierto tenía algo de especial. El pianista era alemán y era de color, pero sobre todo era un virtuoso. Se sentó delante del piano, posó sus manos morenas sobre las teclas sin moverlas, y así permaneció inmóvil durante unos segundos, que a todos se nos hicieron eternos, hasta que de pronto, cuando ya nadie podía aguantar ni un momento más aquella extraña quietud en tensión, sus manos rompieron el silencio, y comenzaron a correr de un lado para el otro. A mi me consoló observar que mi emoción era compartida por casi todo el público; conteníamos todos la respiración para así dejar que el aire de la sala, pudiera emplearse entero en vibrar con las notas de aquel maravilloso piano negro de cola. Aquel enorme bloque de aire contenido en el interior del auditorio, se puso a la entera disposición de aquellas maravillosas manos que, con la única fuerza de sus dedos, parecía moverse invisible, al son de la música sin ninguna clase de pudor. No es la primera vez que me ocurre, pero aquella tarde, mientras escuchaba la música, me daba la sensación de que el aire era un ser vivo.

Parecen muy grandes esos pianos de concierto. Son instrumentos delicadísimos e increíbles. Tengo un amigo, German, que se dedica a transportarlos en una furgoneta acondicionada para ello. Los bajan y los suben, atados con gruesas cuerdas, que sujetan a fuertes poleas, por las fachadas de las casas, y cuando alguna vez paseando por las calles he presenciado un piano colgado en una fachada, no he podido evitar pensar en el enorme estrépito que se produciría si el delicado instrumento se desplomara sobre la acera desde un tercer o cuarto piso. Me contaba este amigo transportista, que los peores días para hacer este trabajo, son los días de mucho aire, ya que el piano se balancea peligrosamente, suspendido de las gruesas cuerdas, y el peligro real, es el de que se estampe contra la fachada de la casa, más que el de que se caiga al vacío. Dice que sólo le ha pasado una vez. Un piano de los grandes, empujado por el viento, rompió la cristalera de una terraza en un segundo piso, como si fuese un enorme péndulo, mientras los operarios impotentes, contemplaban la escena aterrorizados desde la acera, sin poder hacer absolutamente nada. En la casa, por suerte, no había nadie.

Artículo del autor aparecido en el número 5 de IRREVERENTES
DÍGAME LA VERDAD
“Una mañana, minutos antes de que el despertador comenzase a sonar me levanté de la cama algo confundido.” Este podría ser un bonito comienzo para un relato. Es algo que a todos, alguna vez nos ha pasado. Despertarnos antes de que el despertador suene. Pero sigamos: “entonces me di cuenta de que los muebles de mi habitación eran otros; mi cama no era la misma, ni tampoco la mesilla de noche. La habitación entera había cambiado. Entonces fui hacia la ventana, cuyas cortinas me eran totalmente desconocidas y descubrí que el perfil del horizonte no era el de todos estos años, sino que era otro distinto”. Parece fácil. El protagonista puede estar aún soñando. Todavía no se ha despertado, pero él cree que ya ha terminado de dormir.
En una de mis novelas, ocurre algo muy curioso. En ella hablo de la propia escritura y en numerosas ocasiones, le hago un guiño al lector, diciendo que escribo esto o lo otro sencillamente porque es lo más conveniente, es decir, declaro que me lo estoy inventando todo sobre la marcha, sin ningún pudor. Y de este artificio literario que más o menos consiste en comunicarse desde el propio relato, de forma directa con el que lo está leyendo, proviene una interesante pregunta de un lector de esta revista, que me dice que si estas palabras son o no son fantasía, entonces están o no están dentro del propio relato. Yo reflexiono muchas veces sobre esto y me pregunto si las palabras escritas en literatura, pertenecen a la fantasía o son palabras de la propia realidad. Si en una novela afirmo que estoy enfermo, en realidad no quiero decir que esté enfermo, aunque realmente lo esté. Y a todo ello hay que añadir mi idea de que la literatura es a veces más real que la propia realidad. Con los sueños pasa algo parecido. Si digo “estoy soñando”, entonces no lo hago, como se suele hacer, de forma inconsciente, sino que sueño conscientemente y esto parece que es imposible. El filósofo Wittgenstein se preguntó si el verbo soñar se podía conjugar en primera persona del presente ya que nadie sabe nunca cuando está soñando. La prueba de que saber que estás soñando es imposible, es que muchos lo intentan, pero nadie lo ha conseguido hasta la fecha. Y los que dicen haberlo logrado, parece que o bien están un poco chalados o que se equivocan. El misterioso antropólogo Carlos Castaneda, propone una especie de truco para alcanzar sueños “iluminados”, es decir, conscientes. Se trata de buscarse las propias manos en el sueño. De forma que si por casualidad las encuentras en mitad de la noche, puedes saber así que estás soñando en ese momento. Con lo que podrías conjugar el verbo en presente: “yo sueño”. Pero sólo por esa vez.
Les ocurre a muchos verbos que la conjugación en primera persona del presente: “yo leo” por ejemplo, no requiere comprobación alguna, pero, sin embargo, en tercera persona: “el lee”, necesita de la verificación o comprobación. Por lo tanto, en esto, el verbo soñar es casi único ya que en ninguno de sus tiempos se está seguro de nada y soñar es algo que está muy unido a la literatura.
Confuso y complicado asunto este de la realidad y la no realidad. Freud definió el conocido “principio de realidad” por el que se trata de definir y separar el “yo”, lo más íntimo que tenemos, de lo exterior; del resto del mundo. Pero a pesar de esto nunca sabemos si lo que vivimos es real o forma parte de una ilusión creada por nosotros mismos. Nunca llegamos estar seguros de si tenemos “el principio de realidad” sano o algo alterado. Mucha gente anda confusa toda su vida, dudando de todo siempre. Y dudan precisamente porque saben los cálculos que hay que hacer para alcanzar la solución del problema. Conocen perfectamente el camino que lo aclara todo, pero no son capaces de seguirlo con claridad. Si no tuvieran ni idea de como hacerlo ni conocieran lo que es la realidad, no dudarían, ya que la ignorancia, exime siempre de cualquier duda y viviendo en la ignorancia se rodea uno de certezas. La literatura entonces, más que ensoñación, sería un maravilloso método para fijar la realidad y para calmar a los que dudan de todo, aportándonos al menos la trayectoria a seguir de uno de los caminos posibles; el que nos indica o nos va indicando la historia narrada en su transcurrir. Pero por otra parte, decir que una novela es la narración de un sueño, no es nada descabellado. Nuestras vidas se componen de sueños y realidad y casi siempre la parte de realidad es pequeña y la de los sueños es la más grande. Sin ellos no seríamos nadie. Por eso es tan importante leer y tener contacto con la literatura ya que al fin y al cabo es una forma de acercarse a la realidad, al propio yo, pero a través de la imaginación o de los sueños. Rosa Montero dice que las novelas son como sueños de los escritores. Cuando comienzas a escribir una te lanzas al vacío y muchas veces, durante el acto de la escritura, te encuentras por sorpresa a ti mismo en el texto que has escrito, en mitad de ese sueño, como si te estuvieses mirando a un espejo y te vieses allí reflejado. En muchas novelas encuentra uno sus propias manos.
Conservé la calma a pesar de que no entendía nada. Mi ropa estaba allí, doblada tal y como yo mismo la había dejado sobre la silla la noche anterior, aunque la silla, por supuesto era otra, no la de siempre. Entonces, intentando no ponerme nervioso, comencé a vestirme. Me senté en la cama para abrocharme los zapatos y me fijé en el dibujo de la pequeña alfombra. En ella se veía un palacio que parecía de mármol, sobre una loma. Detrás en el horizonte estaba la línea azul del mar. Sin abrocharme los zapatos volví a asomarme a la ventana y allí estaba el palacio sobre su loma, idéntico al de la alfombra. Detrás de él estaba el mar. Salí de la habitación muy confundido. En la sala había una mujer desconocida que me dio cariñosa los buenos días. Yo contesté asustado, pensando que se pondría a gritar al verme, pero no hizo nada y siguió con su tarea casi ignorándome. Me despedí de ella diciendo “hasta luego” un poco entre dientes y salí a la calle. En el bolsillo de mi chaqueta encontré las llaves del coche que estaba en la puerta del jardín y sin pensármelo dos veces me puse a conducir sin ningún rumbo, hasta que llegué a una tienda de colchones que me llamó la atención. Aparqué en la puerta, saludé a una mujer que parecía una empleada de la tienda que me estaba esperando para que abriese. Nos saludamos amablemente y abrí la puerta de la tienda con la llave que había encontrado en la guantera del automóvil, y pasamos los dos al interior del local. Todo esto lo hice lleno de dudas y temores pero simulando total seguridad para no despertar en nadie ninguna sospecha. Así comenzó para mí esta nueva vida que tanto me gusta. Han pasado ya nueve años desde aquel día en el que me desperté en mi nueva habitación y la verdad es que me siento muy feliz, sin ninguna gana de volver a mi vida anterior, cuyos recuerdos poco a poco se van esfumando en mi memoria. De hecho estoy casi seguro de que mi vida anterior no era más que un sueño del que me escapé minutos antes de que sonase el despertador. Por eso desde aquel día, aunque me despierte antes de tiempo, aprieto los ojos con fuerza y permanezco inmóvil en la cama, justo hasta que el despertador comienza a sonar. El único problema es que como siempre al levantarme, tengo que mirar por la ventana y además salgo de casa todos los días con los cordones de los zapatos desabrochados. No quiero volver a correr nunca más riesgos innecesarios.

miércoles, mayo 09, 2007


ARTÍCULO DEL AUTOR APARECIDO EN EL NÚMERO 4 DE LA REVISTA IRREVERENTES

TEATRO LEÍDO Y FLOTAR EN EL TIEMPO

He tardado un día exactamente en leerme “Catalina del demonio” una obra de teatro escrita por el maestro Francisco Nieva. Empecé por la mañana en el metro, aquí en Madrid, y terminé por la tarde en casa. Según define el propio Nieva, esta obra de teatro es de farsa y calamidad, escapándose de las etiquetas clásicas y las clasificaciones, costumbrismo, realismo, tragedia, comedia, etc. Aunque estoy seguro de que cualquier estudioso de textos dramáticos, sabría encasillar esta obra. Leer teatro constituye una experiencia distinta a presenciarlo como espectador. Cuando leemos una obra de teatro, nuestra imaginación es la que tiene que poner los decorados, hacer las pausas, escuchar las músicas, los sonidos y hasta incluso los aplausos. Leer teatro es un sanísimo ejercicio mental que recomiendo a cualquiera que se atreva a disfrutar de ese placer. Cuando leemos teatro, desaparecen el director y los actores, y nos enfrentamos al texto desnudo, en el que tampoco están el escenario o el vestuario. En su meditación sobre el marco, observaba Ortega entonces que la función del marco es ostentar el cuadro, y su eficacia se cifra no en atraer la mirada sobre sí, sino en condensarla, en vertirla en el cuadro. Por lo tanto, cuando leemos teatro, en realidad lo que está ocurriendo es que el marco de la representación desaparece, quedando el texto desnudo ante nuestros ojos, conviritiéndose así en una experiencia nueva y distinta.
Una vez más, como en todos mis artículos, me encuentro de frente con la idea de la literatura como fuente de imaginación inagotable, porque si dos personas que presencian la misma obra en un mismo escenario, pueden tener interpretaciones totalmente distintas, imagínense si uno de ellos no va al teatro físico, y se limita a leer en su casa la obra impresa en un libro como el que tengo delante de mi, encima de mi mesa. Esto, créanme, hace soñar a cualquiera, y más si el libro, como el mío está firmado por el autor. Nada menos que Don Francisco Nieva que, sonriente a sus ochenta años, me escribe de su puño y letra: “a mi tocayo Francisco con un fuerte abrazo”. No me gusta presumir ya que es algo totalmente contrario a mi personalidad, pero sé que tengo en mis manos una joya. Don Francisco Nieva es un hombre de nuestro tiempo, de mi tiempo. Nada de un abuelete despistado o con una medio demencia. Olvídense de los tópicos que asociamos a su edad. Es una persona despierta y que demuestra en cada palabra que, de lo que anda muy sobrado o nada escaso es de inteligencia. Al leer teatro, la representación mental de la obra crece dentro de nosotros mismos y entonces, liberada de su marco, la obra se convierte en pura metáfora que, como la etimología de la palabra indica, es llevar más allá, pero mucho más allá de la realidad con la que está construída. En el teatro existe la posiblidad de incorporarse y adentrarse en los dominios de lo irreal. De hecho el carácter esencial del teatro, y vuelvo a citar a Ortega, es su poder de creación de irrealidad. Y es por ahí, por esa puerta de la irrealidad, por la única por la que los humanos podemos escapar de nuestra realidad circunstancial, en la que muchas veces estamos incómodos y nos oprime hasta faltarnos el aire.

Acudí a la presentación del libro el día 21 de marzo de 2007, y gracias a que incomprensiblemente, apenas acudió nadie, tuve la inmensa suerte de que después se decidiera el tomar un cafetito con Don Francisco. Llegamos a un café cercano al lugar de la presentación, y nos sentamos en una mesa. Enfrente de mi se sentaron Miguel Angel de Rus y Francisco Nieva. Y una vez servidos los cafés comenzó el espectáculo. Un mano a mano entre estas dos personas; seres especiales de los de verdad. El uno director de una editorial; “Irreverentes” que publica libros como el de Nieva de una inmensa calidad indiscutible, y el otro, Francisco Nieva, académico de la lengua, los dos allí sentados frente a mi. Y empezaron a hablar de literatura, de libros. Lamenté enormemente el no haber traído conmigo un cuaderno, libreta, folio o cuartilla, para poder tomar notas de lo que allí se escuchaba. Le dieron un repaso entre los dos a la literatura del siglo XIX y principios del XX, que me dejó la boca abierta. Y me ha quedado claro, que quiero más. Que con personas así merece la pena estar. Que no pierdes el tiempo. Una heladora tarde de Madrid, el día que estrena su primavera, tan particular, es poquísimo tiempo para dedicárselo a dos intelectuales como ellos dos.

Dice Catalina, el personaje de “Catalina del Demonio”: “Yo era una pobre chica de provincias, que creía que lo mejor de la vida y el mundo eran las navidades y el agua de colonia.” Y cuando leí esta frase, más o menos a las cuatro de la tarde, me asusté al pensar si yo no vería así el mundo, como un frasquito de colonia en navidad. No quiero ni pensarlo. Para mi, hoy por hoy lo más importante de mi vida es la literatura y no quiero que se me pase esta afición y me de por el agua de colonia. He leído mucho teatro, debido a las pocas representaciones que se hacen. De Shakespeare creo que casi todo, de Tenessee Willians los mismo, algo de los clásicos como Sófocles, Eurípides, Aristófanes y Esquilo. Me gusta leer a Samuel Becket, a Eugene O´Neill, Alfred Jarry, Bertlot Brech, Ionesco, Chejov, Ibsen, del que conservo una preciosa lámina en un café de Cristiana, después Oslo. También he leído teatro español y nombro aquí, levantándome de vez en cuando a mirar en la biblioteca, por no dejarme a ninguno a Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Valle Inclán, del que pude ver, en un bonito y nuevo teatro de Lavapies, una de sus obras hace menos de un año, representando uno de los papeles un buen amigo mío. También leí algo de Alfonso Sastre, Fernando Martín Iniesta, Miguel Mihura, José Martín Recuerda, Miguel Romero Esteso, Jerónimo López Mozo, José Luis Alonso de Santos con quien colabora Nieva, Antonio Martínez Ballesteros, José Sanchis Sinisterra... Muchas de las obras de estos genios las leí gracias a una pequeña biblioteca de la Caixa que había en la Calle Virgen de Nuria del Barrio de la Concepción y también gracias a otra que aún existe en la calle Quintana. Otras las fui comprando de baratillo en la Cuesta de Moyano. Sin olvidar el metateatro de Pirandello, y la última obra de teatro que me he leído con sumo placer, inmediatamente antes que “Catalina del demonio” ha sido “Retrato de dama con perrito” de Luis Riaza en la que el autor deshace la realidad de la existencia, es decir, la despoja de todo valor de realidad a través de un proceso de enajenación, de forma que muchas veces lo que lees parece más bien un interesantísimo tratado sobre el propio teatro que otra cosa.

“La vida está ahí para ser contada dice Umbral”, y para que nosotros nos la leamos de cabo a rabo. Y esta es y será siempre mi recomendación. Si pueden lean ustedes todo lo que les echen, y si quieren dar un pasito más, pónganse a escribir y verán.

El otro día, en el famoso café, decía Miguel Ángel de Rus que se sentía solo, que la tarea del escritor, entre otras, es enfrentarse a la soledad. Yo le diría, no se lo dije porque en aquel momento no se me ocurrió, pero se lo digo hoy desde aquí, que no hay porque asustarse en absoluto. Casi todos los grandes pensadores, han llegado a esa conclusión de una u otra manera. El drama del ser humano es precisamente ese: su infinita soledad. Solos en mitad del universo, flotando en el tiempo, sin saber lo que pasó, ni lo que vendrá. “Flotando en el tiempo”, una bonita frase. Pero lo que no saben todos estos pensadores, es que todo esto es mentira. De solos nada; están los libros. Miguel Angel, sigue escribiendo y escápate por ahí de nuestra realidad tan tangible y asfixiante y de paso haz el favor de regalarnos otra.

jueves, marzo 15, 2007



Francisco Legaz y Luis Alberto de cuenca, en la presentación en la casa del libro de Madrid del libro de miguel Angel de Rus "Donde no llegan los sueños", el día 15 de Marzo de 2007

ARTÍCULO DEL AUTOR APARECIDO EN EL NÚMERO 3 DE LA REVISTA "IRREVERENTES"
CASI DOS MIL AÑOS Y NI UN NUEVO DIOS

En uno de mis múltiples cursos intentando aprender el idioma inglés, me tocaron para traducir los diálogos de una bonita pieza literaria: La Tempestad de Shakespeare. En ella Gonzalo propone, al dirigirse a los malvados Antonio y Sebastián, la creación de una república ideal, y empieza diciendo que en ella las cosas iban a ser lo contrario de lo que son. Entonces me di cuenta de que las cosas ya son lo contrario de lo que son, pero estamos tan acostumbrados a verlas así, del revés, que nos parece que realmente están del derecho. Vivimos en un sueño del que algunos piensan que se despierta al morir. Antonio propone que en la república ideal sólo habría holgazanes.. putas y bribones. Leyendo esto, y ahora incluso al escribirlo, me pregunto si Shakespeare, no hablaba de la realidad; ¿No es la vida misma un nido de putas holgazanes y bribones? Lo veré yo así por mi tendencia a verlo todo tan negativo; por mi pesimismo. No somos nada. Si acaso, como mucho, tendemos a algo. Tendencia al pesimismo, a ser cariñoso, a ser un estúpido, a estar tumbado (la tendencia a estar siempre tumbado se llama clinodinia; una maravillosa palabra, de la que procuro escapar haciendo auténticos esfuerzos). Pero, si es verdad que la vida es un sueño, y que al morir despertamos, entonces tiene razón el escritor de Tánger, Tahar Ben Jelloun, cuando dice en la primera frase del capítulo quinto de una de sus novelas (Sufrían por la luz): “Recordar es morir”.

El círculo se cierra. Al morir despiertas del sueño, pero al despertar vas y te mueres. Uffff que lío. De todas formas, esto de pensar en que al morir despiertas de un sueño, no es más que una vana ilusión del mortal deseo de pervivir. Voltaire lo dijo muy claramente: “Os he hecho nacer a todos débiles e ignorantes, para vegetar unos minutos en la tierra y abonarla con vuestros cadáveres”. Nos llamaba un poco imbéciles, y con razón. El imbécil es el fruto final de una larga cadena evolutiva que aún no se puede dar por finalizada, y lejos de extinguirse, los imbéciles, aún están en fase de expansión, reproduciéndose más eficazmente que los llamados inteligentes. De hecho, todo el esfuerzo y el trabajo de los laboriosos inteligentes, quienes realmente lo disfrutan son los imbéciles. Además la imbecilidad es altamente contagiosa y penetra en cualquier organismo, contaminándolo en todos sus tejidos y moléculas. El mero hecho de preguntarse si uno mismo es imbécil, es síntoma inequívoco de que ya estás contaminado. Y paracolmo, es fácil encontrarse con imbéciles inteligentísimos. Y todo esto teniendo en cuenta el que la vida es un sueño del que despertamos al morir, nunca antes. Por lo tanto debemos dar las gracias a esta increíble disposición de las cosas, que nos hace ser unos auténticos estúpidos profundos, en medio de una nebulosa onírica de la que despertamos para dejar inmediatamente de existir.

Me escriben desde muchos lugares gracias al último descubrimiento humano. Internet. Se trata de algo inmaterial, que no está en ningún sitio concreto. La red parece que no se puede ni tocar, pero sin embargo estoy seguro de que es el mejor invento de los últimos que nos podemos atribuir los humanos, y no es que existan muchos inventos que sean buenos realmente. El trabajo es otro invento moderno, pero de los malos. Nuestros antepasados, los llamados cazadores recolectores, eran seres oportunistas, que recogían los frutos que, de forma natural, estaban a su alcance, y de vez en cuando cazaban algo y nada más. A todo esto no dedicaban más de dos o tres horas al día. Y uno se pregunta desde la ignorancia, que es desde donde nace el conocimiento, ¿Qué hacían el resto del tiempo? ¿A qué dedicaban el tiempo libre? Pues en Atapuerca, o en Altamira, está la respuesta. Lo dedicaban a fabular, a soñar, a imaginar. Si observamos las pinturas rupestres de cualquiera de los yacimientos, casi todas datadas alrededor de la explosión cultural del neolítico, enseguida nos podemos dar cuenta de que el hombre, entre todas sus herramientas, poseía un instrumento increíble, y no sabía que hacer con él. El hombre se encontró con que tenía un cerebro capaz de imaginar. Ahora nos empezamos a dar cuenta de que el cerebro nos está grande, en el sentido de que es un órgano capaz de imaginar cosas, que físicamente nos son imposibles de alcanzar. Por eso la literatura es una fuente de placer increíble. La literatura es capaz de llenar en parte esa laguna que tenemos; ese desajuste. El cerebro nos está grande; la literatura puede ayudarnos a soportarlo.

El trabajo es un invento reciente y nefasto, que además nos ha metido de cabeza en una espiral que terminará mal sin duda. Tomás Moro en su “Utopía”, hablaba de una jornada laboral de seis horas. Campanella, en “La ciudad del sol” apuesta por la máxima reducción de la jornada de trabajo, y en otro curioso tratado del siglo XIX llamado “El derecho a la pereza” (como me gusta el título), Lafargue pretendía que ninguna jornada laboral excediera de las tres horas. De todas estas ideas han pasado ya muchos años, y hoy todos sabemos que para tener más dinero, hay que trabajar más horas, y encima también sabemos, que por más horas que trabajemos, nunca seremos ricos; hablamos desde el punto de vista de la honradez claro. El dinero, la riqueza, la acumulación de objetos, de bienes de consumo, de tierras, de alimentos, de propiedades, acabará con nosotros, y de paso acabará también con el planeta, tal y como lo conocemos hoy en día.. Por todo esto no me extraña que la religión haya triunfado en estos últimos 20 siglos como lo ha hecho. Los hombres de la edad antigua, de la edad media, los que no tenían otro remedio por su pobreza, y los que lo tenían todo por el interés de preservarlo, no tenían otra salida que lo sobrenatural, que como su nombre indica, está por encima de lo natural. Pero las tesis de las religiones, de la cristiana por ejemplo, son incompatibles, epistemológicamente hablando, con la ciencia moderna, y nuestra cultura, la actual, ha optado por el método empírico - científico en el que toda verdad lo es, porque al mismo tiempo puede ser falsa, es decir, el concepto de verdad es por definición contingente. Y probablemente sea por todo esto, por lo que la religión hoy en día, toca a la gente un poco de refilón, y ya no es que seamos o no seamos ateos, sino que las cuestiones religiosas a la mayoría de las personas nos importan poco para nuestras vidas cotidianas.

La religión y sobre todo el trabajo, la política incluso, son cosas de tan dudosa continuidad que cualquiera, a la vista de todas estas circunstancias, puede pensar o adivinar que tienen los días contados. Y cuando todas estas tormentas pasen, y volvamos a acercarnos a la idea de los cazadores recolectores, idea que resultó tan eficaz, puesto que duró cientos de miles de años sin apenas alteraciones, nos volveremos a encontrar de nuevo con nuestro problema fundamental; con nuestro cerebro, que seguirá siendo el mismo capaz de pensar, de razonar más o menos bien, pero sobre todo capaz de imaginar. Y entonces, en los ratos libres, que serán muchos, buscaremos una pared para dibujar en ella nuestro sueño; cualquier sueño.

Miren, no es que me quiera poner pesado, pero yo creo que nadie me podrá quitar la razón. La única actividad humana, de todas las que nos traemos entre manos actualmente, que merece la pena conservar, que ha perdurado, que perdura y perdurará, no es otra que la literatura. Y si no díganme en que otro espejo podemos mirarnos. Me da igual el que los cenizos pesimistas, le auguren al libro poco futuro; será para ellos. Nosotros, desde esta editorial “Irreverente”, estamos convencidos de que pase lo que pase, nuestra pobre herramienta, el cerebro humano triunfará, y por eso vamos a seguir leyendo y escribiendo. Las paredes de nuestras cuevas, ahora se llaman libros.

El autor junto a Joaquín Leguina, Lourdes Ortiz y Miguel Angel de Rus, en la presentación del libro "donde no llegan los sueños de Miguel Angel de Rus en la casa del libro de Madrid el día 15 de Marzo de 2007.

sábado, enero 27, 2007

ARTÍCULO DEL AUTOR APARECIDO EN EL NÚMERO 2 DE IRREVERENTES


El autor con el académico Francisco Nieva en la presentación de su obra "Catalina del Demonio"

EL SUEÑO REVELA LA REALIDAD

Lo bueno de la literatura es su absoluta interactividad. No sólo contamos con lo que el autor nos quiso decir, sino que además, y por el mismo precio, tenemos todo aquello que se encuentra alojado y se despierta de pronto en nuestra imaginación, al otro lado de nuestros ojos. En la maravillosa novela de Joseph Mitchell, “El secreto de Joe Gould”, la magia de la literatura en este sentido se despliega, y la tensión narrativa, el “no poderlo dejar”, nos invade totalmente. Pero en realidad es nuestra imaginación la que trabaja, ya que el secreto de Joe, no se aclara casi hasta el final, y uno, según avanzan las páginas, lo va imaginando poco a poco; lo va construyendo, en un increíble alarde mágico del autor. Un lector desde la isla de la Palma, me ha mandado un correo, en el que me comenta que hay una canción de The Beatles, del primer disco, compuesta porJohn Lennon que se titula "There's A Place" (Existe Un Sitio): "There's a place, where I can go, when I feel low, when I feel blue, and it's my mind, and there's no time, when I'm alone" (Existe un sitio donde puedo acudir cuando me siento bajo de ánimo o triste, Y ES MI IMAGINACIÓN; y no hay tiempo, cuando estoy solo...." La canción ya la he escuchado, y es muy agradable, pero es que además su mensaje tiene toda la razón. Entonces la literatura, sería, como ocurre con esta novela de Mitchell, una especie de mapa o guía que nos dirige hacia ese lugar, y nos dirige allí siempre, dando igual el punto de partida. También muchas veces la literatura nos abre una puerta que casi siempre está cerrada, la puerta de la esperanza. El término con el cual mejor ha designado la humanidad la línea de su esperanza genérica tiene desde Tomás Moro este nombre: “UTOPÍA”, y navegando entre relatos, la pulsión que a todos nos lanza hacia el futuro, hacia el anhelo, muchas veces se ve satisfecha plenamente. Hay una esperanza, y no me extraña que Marx canonizara a Prometeo como el primer santo del nuevo calendario.
Otro lector, experto en cuestiones de aduanas, a raíz de mi anterior artículo en el que escribí sobre el asunto de la mercadería en la literatura, me ha dicho que lo único que no paga aranceles de ninguna clase a su paso por los puestos fronterizos son los cadáveres. Lo primero que pensé al escucharle es que, a pesar de mi afición por el ahorro y la economía, afición forzosa debida a mi precariedad económica, no me gustaría en absoluto ahorrarme ese arancel en concreto. Es más, me gustaría, contrariamente, pagarlo las veces que fuesen necesarias, tantas como las que cruzase mil y una fronteras, de las que por cierto el mundo está ridículamente lleno, y no nos traen más que problemas a parte de los arancelarios. De todas formas, me gustaría aclarar a los desorientados que lo mejor que uno puede hacer, una vez que ha llegado a este mundo, es salir de él. No hay otra alternativa, aunque la vida a veces parece un laberinto sin salida. La muerte, como dijo Bloch, es la auténtica “no utopía”.
También desde las islas canarias, una lectora me escribe, para decirme que el comentario de mi artículo anterior sobre la compra de literatura antes de que sea escrita, le ha recordado el Mercado de Futuros y Opciones en el mundo financiero. Yo, intentando contestar a esta lectora, me voy a la música otra vez y digo: “No es lo mismo” como dice Alejandro Sanz en una de sus canciones. Espero no tener que abonar ningún arancel por la cita de frases de canciones de otros. Dejémoslo como que es cantar.
Yo en mi inocencia, veo que será difícil que por pensar, por imaginar, por soñar despierto o dormido, o elucubrar, nos lleguen a cobrar algún día. Aunque, como dicen los Holandeses, no se trata de saber si el mar subirá de nivel y les inundará o no, sino que lo importante es averiguar cuando lo hará.
En las novelas se utiliza mucho una técnica por la que se hace que el protagonista sueña, imagina o habla consigo mismo en silencio y se responde, o busca respuesta a sus dudas vitales, como si hablase para sus adentros sin mover los labios. Algunos a esto lo han llamado introspección. Alguna vez, en mi trabajo, me han sorprendido haciendo introspección, y como han pensado que estaba durmiendo, me han amenazado con la miseria y el hambre a fin de mes. Por lo tanto, como no puedo dejar de practicar la introspección a cualquier hora, en cualquier momento del día, ya que tengo ese vicio, siempre procuro que no se me note mucho. A lo sumo me toleran o me permito un cierto aire suave y constante de perturbado que incluso en ciertos contextos queda hasta bien. La introspección en literatura ha dado mucho juego y son maestros en el asunto, algunos autores irlandeses famosos como Samuel Beckett o James Joyce, por poner ejemplos concretos.
Epistomológicamente la introspección sería un camino directo hacia la conciencia, por lo tanto la literatura tiene mucho de esto. Se distingue de la observación, porque esta se dirige hacia los objetos o las cuestiones que son públicas, que pueden ser observadas por cualquiera que se digne a mirarlas. La introspección se dirige hacia un lugar totalmente privado, al que nadie salvo nosotros mismos, tiene acceso. Kafka lo tenía muy claro; tanto, que llegó a afirmar que el sueño, que es el colmo de la mirada hacia dentro de uno mismo, capta plenamente la realidad. Pero el problema es que si el sueño capta plenamente la realidad, ¿qué pasa con la otra realidad, con el otro plano de la realidad con el que convivimos a diario los pobrecitos mortales? Por culpa de esta pregunta, Kafka se fue alejando poco a poco del mundo tangible, y así, bien temprano, el 16 de enero de 1922, con tan sólo 39 años escribía de su puño y letra que ya no podía soportar la vida, y que la voluntaria soledad le estaba matando; le estaba volviendo loco. Se consideraba habitante de “ese otro mundo”, del mundo de los sueños. Los tres ejemplos máximos de lo que puede ser la claridad transparente de un sueño en estado puro, son sus tres novelas “El proceso, El castillo, y la Muralla China.
Pero no hace falta ir tan lejos con Kafka de compañero de viaje, aunque sea realmente muy recomendable. A veces en cualquier librito de poesía de cualquier desconocido, te puedes encontrar con frases como “la luz de la luna mojó tus pestañas cuando se entornaron jurándome amor”. Esto no es introspección, es pura observación de una pura realidad, pero, eso si, contado con especial maestría. Por lo tanto tenemos la imaginación como observación de lo no real, de lo que no es, frente al objeto, al puro objeto observable y susceptible de ser descrito, percibido, palpado. Los diccionarios ofrecen definiciones de objeto diversas, pero todas apuntan a los mismo: “lo que se ofrece a la vista”. “Lo que es pensado”, frente al sujeto que se supone que es el que piensa, y lo que dicen la mayoría de ellos: “el objeto es alguna cosa”, pero la magia también ocurre a este nivel tan poco abstracto. La imaginación es un problema que tenemos los humanos, ya que no podemos desembarazarnos nunca de ella, y así los objetos tienen una doble vida. Por un lado está la material, la formal, pero por el otro está la simbólica, la semiótica. Y aquí los objetos se convierten en polisémicos, cargados de múltiples significados que transmiten informaciones diversas fuera del alcance de su pura forma, tamaño o de su olor o sabor. Incluso hay objetos que son puro símbolo, como sería la cruz.
El hombre es un animal inserto en tramas de significación que hereda y teje el mismo. Por lo tanto el gran problema para estudiar el mundo material es la evidencia, que muchas veces no nos deja ver más allá de las cosas. La literatura se encarga de solucionar este conflicto, mostrándonos siempre el camino para saltarnos la realidad, la evidencia, trasladándonos a otro plano, a otra dimensión.
Quiero ahora recordar al gran maestro Borges que dedica precisamente un poema a “Las cosas”: Cuantas cosas /Limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas / durarán más allá de nuestro olvido: / No sabrán nunca que nos hemos ido.
Y para finalizar, quiero recomendar un libro de un escritor español, en el que podemos navegar a toda vela por la introspección. Se trata de “Mortal y rosa” de Francisco Umbral. Y quiero traer a nuestra revista “Irreverentes”, los versos de Pedro Salinas, en los que Umbral se inspiró para el título de su obra.: Y un afanoso sueño / de sombras, otra vez, será el retorno / a esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito.


Da que pensar.

viernes, enero 05, 2007

UN VIAJE HACIA EL ABISMO EN NUEVA YORK Y CHICAGO

El instituto Cervantes de New York y el de Chicago, reciben “UN VIAJE HACIA EL ABISMO” La novela de Francisco Legaz cruza el Atlántico y aterriza suavemente en America