domingo, febrero 03, 2008

ARTICULO DEL AUTOR APARECIDO EN DIARIO IRREVERENTE


EL AUTOR EN LA EMISORA DE RADIO MORATA, EN MORATA DE TAJUÑA.
CREAR EL UNIVERSO. ¿PARA QUÉ?

Enlazando con la teoría de que todo el universo fue creado, y se fue modificando lentamente durante miles de millones de años, buscando la racionalidad, con el objetivo de que se dieran las circunstancias para que el hombre pudiera aparecer, teoría que no me parece nada verosímil por el tufo excesivamente antropocéntrico que tiene, me pierdo intentando razonar, cuando me pregunto con el mismo planteamiento, qué es lo que yo pinto aquí. Quizás toda mi vida, la de mis padres y hermanos, la vida de mis abuelos y hasta el accidente que tuve al caerme por las escaleras de mi casa montado en un triciclo cuando tenía 3 años, han ocurrido para que termine escribiendo estas líneas, que lo mismo son las líneas fundamentales de toda mi vida. Y a lo mejor, saltándome millones de años, realmente estas líneas han venido a mi imaginación y a mi memoria, con el objetivo de ser escritas con este rotulador, en este papel de este cuaderno negro, para terminar poniendo cuando termine el punto y final. ¿Quién sabe si todo el universo existe, para que mi rotulador se pose sobre el papel, y dibuje ese punto negro, después de la última palabra. Y como últimamente había adelgazando mucho y me sentía bastante solo, decidí comprarme una mascota. Entre los candidatos, perros, gatos, salamandras o periquitos, al final opté por un cerdo vietnamita. Son animales cariñosos y limpios, que no dan mucho trabajo. Y mientras el empleado de la tienda de mascotas pasaba la tarjeta de mi banco por el aparato correspondiente, también me planteaba si todo el universo fue creado para que aquel cerdo fuera a parar a mi casa. Todo son conjeturas y preguntas. La mayoría no tienen respuesta, y parece que intentar encontrarla, puede ser un síntoma de un cierto trastorno mental, e incluso la búsqueda ansiosa de respuestas, puede conducir directamente a la enfermedad. Menos mal que, como dice una maravillosa frase que leí en una novela: “tarde o temprano se deja de hablar del asunto”, y así la cabeza puede descansar de estas dudas y plantearse otras nuevas no mejores sino distintas. Dudas como la que se le planteó a una tal Palmira cuando decidió romper la relación que mantenía por correspondencia con un tal Julio José. Le envió una carta llena de cariño, en la que le explicaba que no podía seguir con aquella relación, que ya duraba nueve años, ya que al no materializarse nunca debido a la distancia, a ella le parecía que era una relación sin sentido y vacía, teniendo en cuenta la necesidad que tenemos los humanos de, al menos, mantener con nuestros congéneres un contacto mínimo visual. De acuerdo que las cartas de Julio José estaban cargadas de frases que incendiaban el corazón de Palmira, pero cuando el número de cartas se aproximaba a trescientas, a Palmira le empezó a parecer que aquello era ya un poco absurdo. Julio José, como siempre hacía, contestó a vuelta de correo. Ella cogió el sobre, lo abrió y se encontró con sesenta y tres fotos de mujeres diversas. Los primeros minutos de contemplación de todas aquellas caras, fueron para Palmira minutos de pura perplejidad, pero enseguida empezó a comprender que Julio José, esta vez, no había pecado de falta de sinceridad. El texto era breve: “Querida Palmira, te ruego que escojas tu fotografía y me devuelvas el resto, ya que de momento quiero conservarlas”. Ella tiró a la basura el sobre entero con todas las fotografías, y se preguntó si en los últimos veinte años había hecho algo que hubiese salido realmente bien. Pero el universo fue creado para que yo, persona aficionada a veces, cuando me acuerdo o me viene bien, a revolver en las basuras ajenas, me encontrase aquella tarde de hace diez años, un sobre con sesenta y tres fotos de mujeres, con el nombre, los apellidos y la dirección escritos en el reverso de cada una de ellas cuidadosamente. Tardé varias semanas en estudiar de forma minuciosa cada una de las caras de todas aquellas chicas. Algunas eran guapas, y a estas las aparté del resto. Al final, después de muchas dudas, seleccioné a tres de todas aquellas mujeres y mandé, a cada una de ellas, una carta invitándolas a entablar una nueva relación epistolar conmigo. Mientras tanto mi cerdo y yo, atravesábamos con mucha dificultad los caminos que conducen a los seres vivos a la felicidad. Él tenía costumbres relativas a la higiene, que no eran del todo compatibles con las mías, y esto provocaba la aparición entre nosotros de serios enfrentamientos, e intentos por mi parte de la ruptura de la relación establecida, pero todo lo íbamos superando con paciencia y cariño. Al cabo de dos meses, como no había recibido respuesta de ninguna de las mujeres, me di cuenta de que la única que podría estar a mi alcance, debido a que éramos vecinos, era la propia Palmira. Así es que una tarde lluviosa, con el sobre lleno de fotografías debajo del brazo, llamé a su puerta y me presenté, intentándole explicar todo lo ocurrido. Ni que decir tiene, que le pido a usted, como lector, que suspenda su sentido de la incredulidad por unos instantes, a pesar de que sé que a estas alturas habrá puesto ya en marcha los mecanismos que conducen a tirar este relato a la papelera y no seguir leyendo.

Palmira a fecha de hoy es mi esposa. Es lo bueno que tiene el ser humano. Es capaz de inventarse algo increíble, y encima es capaz de creérselo y obrar en consecuencia, y de esto se podrían poner cientos de ejemplos. Palmira y yo nos inventamos la idea de que era maravilloso el que yo hubiese encontrado aquellas fotos en la basura, y de esta forma nos hubiéramos conocido. Nos lo inventamos, nos los creímos los dos, y obramos en consecuencia. Newton decía que lo que sabemos es sólo una gota de agua y lo que ignoramos es el océano entero. Nosotros con nuestra gota de agua, nos fuimos apañando unos años, nadando en ella por turnos como podíamos. Pero hoy es el día en el que le voy a devolver a Palmira las sesenta y tres fotos, de forma que podrá contar que a ella esto le ha ocurrido dos veces en su vida, lo que no deja de tener un cierto mérito. Voy a dejar a Palmira, porque no la soporto más.
Así es que mi cerdo vietnamita, por el que parece que no pasan los años, y yo, volvemos a estar solos, el uno con el otro. Pero mis esperanzas o mis ilusiones ahora están puestas en una de las tres mujeres que seleccioné hace nueve años de aquellas fotos. Se llama Amelia. Después de nueve años y medio, recibí una carta de ella, interesándose por mí. Me contaba que había tardado todo este tiempo en pensárselo, cosa que no me extrañó en absoluto, teniendo en cuenta lo elástica que es la dimensión del tiempo, y lo extraña que es la memoria, pero que por fin se había decidido, venciendo a todas sus dudas. Durante los últimos meses, sin que Palmira se diera cuenta, nos hemos estado escribiendo y casi sin quererlo, me he ido sintiendo cada vez más atraído por Amelia. Reconozco que yo también tengo muchas dudas, ya que, por experiencia sé, que no siempre las cosas salen bien, cuando te fías de una simple foto, Además lo de que la cara es el espejo del alma, no especifica del alma de quien, por lo que escribiendo a Amelia, sé que me aventuro por terrenos que sin duda, si no lo son, se convertirán pronto en resbaladizos, casi con toda seguridad. Como me ha pasado en otras ocasiones, me he inventado a Amelia. Me la he inventado y me la he creído y ahora quiero obrar en consecuencia.

A Amelia, en una de las cartas, le conté lo de mi cerdo vietnamita. De momento no ha dicho nada al respecto, seguramente porque es como yo, que me conformo con no saber nada o con saber sólo cosas falsas. Aunque ella si que me hace preguntas que, a veces, son algo inquietantes, como por ejemplo su duda de por qué Alberto Durero se pintó en su autorretrato con guantes. Yo creo que Amelia y yo vamos por el buen camino, y mi cerdo JJ nos acompañara. Él si que sabe para qué se creo el universo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy interesada en comprar un cerdo vietnamita. Alguien puede infromarme de donde comprarlo