sábado, enero 27, 2007

ARTÍCULO DEL AUTOR APARECIDO EN EL NÚMERO 2 DE IRREVERENTES


El autor con el académico Francisco Nieva en la presentación de su obra "Catalina del Demonio"

EL SUEÑO REVELA LA REALIDAD

Lo bueno de la literatura es su absoluta interactividad. No sólo contamos con lo que el autor nos quiso decir, sino que además, y por el mismo precio, tenemos todo aquello que se encuentra alojado y se despierta de pronto en nuestra imaginación, al otro lado de nuestros ojos. En la maravillosa novela de Joseph Mitchell, “El secreto de Joe Gould”, la magia de la literatura en este sentido se despliega, y la tensión narrativa, el “no poderlo dejar”, nos invade totalmente. Pero en realidad es nuestra imaginación la que trabaja, ya que el secreto de Joe, no se aclara casi hasta el final, y uno, según avanzan las páginas, lo va imaginando poco a poco; lo va construyendo, en un increíble alarde mágico del autor. Un lector desde la isla de la Palma, me ha mandado un correo, en el que me comenta que hay una canción de The Beatles, del primer disco, compuesta porJohn Lennon que se titula "There's A Place" (Existe Un Sitio): "There's a place, where I can go, when I feel low, when I feel blue, and it's my mind, and there's no time, when I'm alone" (Existe un sitio donde puedo acudir cuando me siento bajo de ánimo o triste, Y ES MI IMAGINACIÓN; y no hay tiempo, cuando estoy solo...." La canción ya la he escuchado, y es muy agradable, pero es que además su mensaje tiene toda la razón. Entonces la literatura, sería, como ocurre con esta novela de Mitchell, una especie de mapa o guía que nos dirige hacia ese lugar, y nos dirige allí siempre, dando igual el punto de partida. También muchas veces la literatura nos abre una puerta que casi siempre está cerrada, la puerta de la esperanza. El término con el cual mejor ha designado la humanidad la línea de su esperanza genérica tiene desde Tomás Moro este nombre: “UTOPÍA”, y navegando entre relatos, la pulsión que a todos nos lanza hacia el futuro, hacia el anhelo, muchas veces se ve satisfecha plenamente. Hay una esperanza, y no me extraña que Marx canonizara a Prometeo como el primer santo del nuevo calendario.
Otro lector, experto en cuestiones de aduanas, a raíz de mi anterior artículo en el que escribí sobre el asunto de la mercadería en la literatura, me ha dicho que lo único que no paga aranceles de ninguna clase a su paso por los puestos fronterizos son los cadáveres. Lo primero que pensé al escucharle es que, a pesar de mi afición por el ahorro y la economía, afición forzosa debida a mi precariedad económica, no me gustaría en absoluto ahorrarme ese arancel en concreto. Es más, me gustaría, contrariamente, pagarlo las veces que fuesen necesarias, tantas como las que cruzase mil y una fronteras, de las que por cierto el mundo está ridículamente lleno, y no nos traen más que problemas a parte de los arancelarios. De todas formas, me gustaría aclarar a los desorientados que lo mejor que uno puede hacer, una vez que ha llegado a este mundo, es salir de él. No hay otra alternativa, aunque la vida a veces parece un laberinto sin salida. La muerte, como dijo Bloch, es la auténtica “no utopía”.
También desde las islas canarias, una lectora me escribe, para decirme que el comentario de mi artículo anterior sobre la compra de literatura antes de que sea escrita, le ha recordado el Mercado de Futuros y Opciones en el mundo financiero. Yo, intentando contestar a esta lectora, me voy a la música otra vez y digo: “No es lo mismo” como dice Alejandro Sanz en una de sus canciones. Espero no tener que abonar ningún arancel por la cita de frases de canciones de otros. Dejémoslo como que es cantar.
Yo en mi inocencia, veo que será difícil que por pensar, por imaginar, por soñar despierto o dormido, o elucubrar, nos lleguen a cobrar algún día. Aunque, como dicen los Holandeses, no se trata de saber si el mar subirá de nivel y les inundará o no, sino que lo importante es averiguar cuando lo hará.
En las novelas se utiliza mucho una técnica por la que se hace que el protagonista sueña, imagina o habla consigo mismo en silencio y se responde, o busca respuesta a sus dudas vitales, como si hablase para sus adentros sin mover los labios. Algunos a esto lo han llamado introspección. Alguna vez, en mi trabajo, me han sorprendido haciendo introspección, y como han pensado que estaba durmiendo, me han amenazado con la miseria y el hambre a fin de mes. Por lo tanto, como no puedo dejar de practicar la introspección a cualquier hora, en cualquier momento del día, ya que tengo ese vicio, siempre procuro que no se me note mucho. A lo sumo me toleran o me permito un cierto aire suave y constante de perturbado que incluso en ciertos contextos queda hasta bien. La introspección en literatura ha dado mucho juego y son maestros en el asunto, algunos autores irlandeses famosos como Samuel Beckett o James Joyce, por poner ejemplos concretos.
Epistomológicamente la introspección sería un camino directo hacia la conciencia, por lo tanto la literatura tiene mucho de esto. Se distingue de la observación, porque esta se dirige hacia los objetos o las cuestiones que son públicas, que pueden ser observadas por cualquiera que se digne a mirarlas. La introspección se dirige hacia un lugar totalmente privado, al que nadie salvo nosotros mismos, tiene acceso. Kafka lo tenía muy claro; tanto, que llegó a afirmar que el sueño, que es el colmo de la mirada hacia dentro de uno mismo, capta plenamente la realidad. Pero el problema es que si el sueño capta plenamente la realidad, ¿qué pasa con la otra realidad, con el otro plano de la realidad con el que convivimos a diario los pobrecitos mortales? Por culpa de esta pregunta, Kafka se fue alejando poco a poco del mundo tangible, y así, bien temprano, el 16 de enero de 1922, con tan sólo 39 años escribía de su puño y letra que ya no podía soportar la vida, y que la voluntaria soledad le estaba matando; le estaba volviendo loco. Se consideraba habitante de “ese otro mundo”, del mundo de los sueños. Los tres ejemplos máximos de lo que puede ser la claridad transparente de un sueño en estado puro, son sus tres novelas “El proceso, El castillo, y la Muralla China.
Pero no hace falta ir tan lejos con Kafka de compañero de viaje, aunque sea realmente muy recomendable. A veces en cualquier librito de poesía de cualquier desconocido, te puedes encontrar con frases como “la luz de la luna mojó tus pestañas cuando se entornaron jurándome amor”. Esto no es introspección, es pura observación de una pura realidad, pero, eso si, contado con especial maestría. Por lo tanto tenemos la imaginación como observación de lo no real, de lo que no es, frente al objeto, al puro objeto observable y susceptible de ser descrito, percibido, palpado. Los diccionarios ofrecen definiciones de objeto diversas, pero todas apuntan a los mismo: “lo que se ofrece a la vista”. “Lo que es pensado”, frente al sujeto que se supone que es el que piensa, y lo que dicen la mayoría de ellos: “el objeto es alguna cosa”, pero la magia también ocurre a este nivel tan poco abstracto. La imaginación es un problema que tenemos los humanos, ya que no podemos desembarazarnos nunca de ella, y así los objetos tienen una doble vida. Por un lado está la material, la formal, pero por el otro está la simbólica, la semiótica. Y aquí los objetos se convierten en polisémicos, cargados de múltiples significados que transmiten informaciones diversas fuera del alcance de su pura forma, tamaño o de su olor o sabor. Incluso hay objetos que son puro símbolo, como sería la cruz.
El hombre es un animal inserto en tramas de significación que hereda y teje el mismo. Por lo tanto el gran problema para estudiar el mundo material es la evidencia, que muchas veces no nos deja ver más allá de las cosas. La literatura se encarga de solucionar este conflicto, mostrándonos siempre el camino para saltarnos la realidad, la evidencia, trasladándonos a otro plano, a otra dimensión.
Quiero ahora recordar al gran maestro Borges que dedica precisamente un poema a “Las cosas”: Cuantas cosas /Limas, umbrales, atlas, copas, clavos, / nos sirven como tácitos esclavos, / ciegas y extrañamente sigilosas / durarán más allá de nuestro olvido: / No sabrán nunca que nos hemos ido.
Y para finalizar, quiero recomendar un libro de un escritor español, en el que podemos navegar a toda vela por la introspección. Se trata de “Mortal y rosa” de Francisco Umbral. Y quiero traer a nuestra revista “Irreverentes”, los versos de Pedro Salinas, en los que Umbral se inspiró para el título de su obra.: Y un afanoso sueño / de sombras, otra vez, será el retorno / a esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito.


Da que pensar.