miércoles, mayo 09, 2007


ARTÍCULO DEL AUTOR APARECIDO EN EL NÚMERO 4 DE LA REVISTA IRREVERENTES

TEATRO LEÍDO Y FLOTAR EN EL TIEMPO

He tardado un día exactamente en leerme “Catalina del demonio” una obra de teatro escrita por el maestro Francisco Nieva. Empecé por la mañana en el metro, aquí en Madrid, y terminé por la tarde en casa. Según define el propio Nieva, esta obra de teatro es de farsa y calamidad, escapándose de las etiquetas clásicas y las clasificaciones, costumbrismo, realismo, tragedia, comedia, etc. Aunque estoy seguro de que cualquier estudioso de textos dramáticos, sabría encasillar esta obra. Leer teatro constituye una experiencia distinta a presenciarlo como espectador. Cuando leemos una obra de teatro, nuestra imaginación es la que tiene que poner los decorados, hacer las pausas, escuchar las músicas, los sonidos y hasta incluso los aplausos. Leer teatro es un sanísimo ejercicio mental que recomiendo a cualquiera que se atreva a disfrutar de ese placer. Cuando leemos teatro, desaparecen el director y los actores, y nos enfrentamos al texto desnudo, en el que tampoco están el escenario o el vestuario. En su meditación sobre el marco, observaba Ortega entonces que la función del marco es ostentar el cuadro, y su eficacia se cifra no en atraer la mirada sobre sí, sino en condensarla, en vertirla en el cuadro. Por lo tanto, cuando leemos teatro, en realidad lo que está ocurriendo es que el marco de la representación desaparece, quedando el texto desnudo ante nuestros ojos, conviritiéndose así en una experiencia nueva y distinta.
Una vez más, como en todos mis artículos, me encuentro de frente con la idea de la literatura como fuente de imaginación inagotable, porque si dos personas que presencian la misma obra en un mismo escenario, pueden tener interpretaciones totalmente distintas, imagínense si uno de ellos no va al teatro físico, y se limita a leer en su casa la obra impresa en un libro como el que tengo delante de mi, encima de mi mesa. Esto, créanme, hace soñar a cualquiera, y más si el libro, como el mío está firmado por el autor. Nada menos que Don Francisco Nieva que, sonriente a sus ochenta años, me escribe de su puño y letra: “a mi tocayo Francisco con un fuerte abrazo”. No me gusta presumir ya que es algo totalmente contrario a mi personalidad, pero sé que tengo en mis manos una joya. Don Francisco Nieva es un hombre de nuestro tiempo, de mi tiempo. Nada de un abuelete despistado o con una medio demencia. Olvídense de los tópicos que asociamos a su edad. Es una persona despierta y que demuestra en cada palabra que, de lo que anda muy sobrado o nada escaso es de inteligencia. Al leer teatro, la representación mental de la obra crece dentro de nosotros mismos y entonces, liberada de su marco, la obra se convierte en pura metáfora que, como la etimología de la palabra indica, es llevar más allá, pero mucho más allá de la realidad con la que está construída. En el teatro existe la posiblidad de incorporarse y adentrarse en los dominios de lo irreal. De hecho el carácter esencial del teatro, y vuelvo a citar a Ortega, es su poder de creación de irrealidad. Y es por ahí, por esa puerta de la irrealidad, por la única por la que los humanos podemos escapar de nuestra realidad circunstancial, en la que muchas veces estamos incómodos y nos oprime hasta faltarnos el aire.

Acudí a la presentación del libro el día 21 de marzo de 2007, y gracias a que incomprensiblemente, apenas acudió nadie, tuve la inmensa suerte de que después se decidiera el tomar un cafetito con Don Francisco. Llegamos a un café cercano al lugar de la presentación, y nos sentamos en una mesa. Enfrente de mi se sentaron Miguel Angel de Rus y Francisco Nieva. Y una vez servidos los cafés comenzó el espectáculo. Un mano a mano entre estas dos personas; seres especiales de los de verdad. El uno director de una editorial; “Irreverentes” que publica libros como el de Nieva de una inmensa calidad indiscutible, y el otro, Francisco Nieva, académico de la lengua, los dos allí sentados frente a mi. Y empezaron a hablar de literatura, de libros. Lamenté enormemente el no haber traído conmigo un cuaderno, libreta, folio o cuartilla, para poder tomar notas de lo que allí se escuchaba. Le dieron un repaso entre los dos a la literatura del siglo XIX y principios del XX, que me dejó la boca abierta. Y me ha quedado claro, que quiero más. Que con personas así merece la pena estar. Que no pierdes el tiempo. Una heladora tarde de Madrid, el día que estrena su primavera, tan particular, es poquísimo tiempo para dedicárselo a dos intelectuales como ellos dos.

Dice Catalina, el personaje de “Catalina del Demonio”: “Yo era una pobre chica de provincias, que creía que lo mejor de la vida y el mundo eran las navidades y el agua de colonia.” Y cuando leí esta frase, más o menos a las cuatro de la tarde, me asusté al pensar si yo no vería así el mundo, como un frasquito de colonia en navidad. No quiero ni pensarlo. Para mi, hoy por hoy lo más importante de mi vida es la literatura y no quiero que se me pase esta afición y me de por el agua de colonia. He leído mucho teatro, debido a las pocas representaciones que se hacen. De Shakespeare creo que casi todo, de Tenessee Willians los mismo, algo de los clásicos como Sófocles, Eurípides, Aristófanes y Esquilo. Me gusta leer a Samuel Becket, a Eugene O´Neill, Alfred Jarry, Bertlot Brech, Ionesco, Chejov, Ibsen, del que conservo una preciosa lámina en un café de Cristiana, después Oslo. También he leído teatro español y nombro aquí, levantándome de vez en cuando a mirar en la biblioteca, por no dejarme a ninguno a Lope de Vega, Calderón, Tirso de Molina, Valle Inclán, del que pude ver, en un bonito y nuevo teatro de Lavapies, una de sus obras hace menos de un año, representando uno de los papeles un buen amigo mío. También leí algo de Alfonso Sastre, Fernando Martín Iniesta, Miguel Mihura, José Martín Recuerda, Miguel Romero Esteso, Jerónimo López Mozo, José Luis Alonso de Santos con quien colabora Nieva, Antonio Martínez Ballesteros, José Sanchis Sinisterra... Muchas de las obras de estos genios las leí gracias a una pequeña biblioteca de la Caixa que había en la Calle Virgen de Nuria del Barrio de la Concepción y también gracias a otra que aún existe en la calle Quintana. Otras las fui comprando de baratillo en la Cuesta de Moyano. Sin olvidar el metateatro de Pirandello, y la última obra de teatro que me he leído con sumo placer, inmediatamente antes que “Catalina del demonio” ha sido “Retrato de dama con perrito” de Luis Riaza en la que el autor deshace la realidad de la existencia, es decir, la despoja de todo valor de realidad a través de un proceso de enajenación, de forma que muchas veces lo que lees parece más bien un interesantísimo tratado sobre el propio teatro que otra cosa.

“La vida está ahí para ser contada dice Umbral”, y para que nosotros nos la leamos de cabo a rabo. Y esta es y será siempre mi recomendación. Si pueden lean ustedes todo lo que les echen, y si quieren dar un pasito más, pónganse a escribir y verán.

El otro día, en el famoso café, decía Miguel Ángel de Rus que se sentía solo, que la tarea del escritor, entre otras, es enfrentarse a la soledad. Yo le diría, no se lo dije porque en aquel momento no se me ocurrió, pero se lo digo hoy desde aquí, que no hay porque asustarse en absoluto. Casi todos los grandes pensadores, han llegado a esa conclusión de una u otra manera. El drama del ser humano es precisamente ese: su infinita soledad. Solos en mitad del universo, flotando en el tiempo, sin saber lo que pasó, ni lo que vendrá. “Flotando en el tiempo”, una bonita frase. Pero lo que no saben todos estos pensadores, es que todo esto es mentira. De solos nada; están los libros. Miguel Angel, sigue escribiendo y escápate por ahí de nuestra realidad tan tangible y asfixiante y de paso haz el favor de regalarnos otra.