miércoles, agosto 06, 2008

ARTÍCULO PUBLICADO EN IRREVERENTES


LA NOVELA HA MUERTO
En el pasado, nadie lo discute, han ocurrido muchas cosas. Algunas fueron malas y otras fueron muy buenas. Casi todo el mundo está de acuerdo en que para construir el presente necesitamos del pasado como un material imprescindible. Pero ocurre que muchos se encuentran siempre al borde del desengaño y el desencanto, debido a que ven en lo pretérito, el modelo al que el presente tiene que copiar o emular, y esta forma de pensar, constituye la clave de un error. El pasado no es un modelo a seguir, sino que es una referencia con la que imaginar el futuro. El modelo perfecto aplasta e incapacita, y no nos sirve para salir o escapar de la realidad, que se convierte así en una condena, ante un objeto inalcanzable.
La novela del siglo XIX es pasado indiscutible, pero hoy estamos en el siglo XXI. Los que hablan de la muerte de la novela se quedan cortos en la expresión de su pesimismo. Deberían añadir “de la novela del siglo XIX”, que sirvió y que todavía sirve para conocernos, hoy mismo incluso, mejor como escritores. Aún quedan retazos de esta forma literaria decimonónica en los confines del sistema, pero en lo que hoy llamamos occidente, estamos ya en otra onda, para mal o para bien.
Lo que hoy se escribe puede compararse con lo que se escribía entonces, pero si lo que intentamos es cruzar los modelos o las referencias, lo único que obtendremos será confusión. Y es una pérdida de tiempo pensar en el futuro, si previamente no aceptamos, intentamos comprender y ponemos en orden el pasado. La literatura tiene mucho de investigación, por lo que se encuentra muy ligada al presente, y el presente de aquellos años, hoy es algo que ya pasó, porque el presente de hoy es hoy.
Nuestra obligación, la obligación de los escritores actuales será pues la de explorar lo posible, aunque tenga que ser en los laterales sombríos de la realidad que tenemos delante de nuestros ojos. Max Weber decía que: “para conseguir lo posible hay que aspirar a los imposible”. Y para los desencantados y desengañados de todo, de la política, o de la literatura, lo que ya no es, es imposible. Para muchas personas el mundo es algo ya terminado y clausurado, y sólo cabe esperar su amarga disolución. .
Estas ideas, son ideas de muerte y de final absoluto. Elias Canetti en la “La conciencia de las palabras” y ya con este título, con haberlo encontrado y leído, me doy por satisfecho para muchos años, nos habla de la muerte como el hecho primero y más antiguo; como el único hecho real, ya que el nacimiento, no es más que la puerta a un sueño, aún por realizar. Y volviendo a las palabras del autor, dicen así: “mientras exista la muerte toda opinión será una protesta contra ella”. Los Antropólogos, un poco más optimistas que Canetti, nos cuentan que los tres hechos fundamentales de todo ser humano son: el nacimiento, el coito y la muerte.
Si la novela está muerta, no caben entonces demasiadas alternativas. Ha ocurrido, según los que esto afirman, por fin el hecho que anuncia Canetti, y por lo tanto no hay más que investigar, ni más que decir. Ya no hay palabras posibles para describir nada, y las pocas que brillan, no son más que fuegos fatuos o de puro artificio inútil. Se acabaron los tiempos en los que todo estaba por decir. Había que decirlo y ya se dijo por fin. Hoy, y de aquí en adelante, poco más se puede hacer que lo que vamos haciendo como buenamente podemos, y es casi nada. Y encima, como si el cadáver de la novela no apestase suficiente, también la imaginación se nos está pudriendo, según anuncian todos estos agoreros de la muerte, por el hecho de que según nos amenazan, disponemos de tantísima información, que es excesiva y estamos, como decía Ramón Llul, tristes de tanta abundancia de pensamiento. En el grabado de Durero llamado “Melancolía”, (mírenlo por favor), podemos ver a un ángel sentado con el puño izquierdo sujetándose la mejilla. En su mano derecha tiene un compás y, como les pasa a todos los ángeles, en su espalda hay unas alas. A sus pies hay un tintero, una escuadra, una esfera, un cepillo, una sierra, una regla, y qué sé yo que más cosas. Un ángel mujer que lo sabe todo, que quiere saberlo todo, o quizás crea que ya lo sabe todo y de ahí le viene esa profunda tristeza, esa melancolía.
Pero en fin, no hay que extrañarse, porque nosotros, habitantes de este siglo, también nos creemos en poder de esa enorme sabiduría del ángel de Durero. En las casas ya no existen aquellas inmensas bibliotecas, y los niños se pasan las horas frente al televisor. Ni siquiera las enciclopedias de nuestra infancia tiene hoy sentido, y han desaparecido también de las casas, y las librerías no hacen otra cosa, que planear su cierre o reconversión en otra clase de empresa más rentable. Y eso que Edmundo de Amicis lo advertía hace 100 años más o menos: “UNA CASA SIN LIBROS ES UNA CASA SIN DIGNIDAD”. Será que ya hemos aprendido, y que ya no necesitamos de todos aquellos grandes relatos, que nos explicaban el mundo y a nosotros mismos.
Pero hay una circunstancia que de momento sigue siendo verdad única. Nosotros, los seres humanos, vemos por las palabras. Ellas son nuestros ojos, y sólo el lenguaje nos permite tener tratos con la experiencia. El conocimiento no nos puede llegar de otra manera que no sea a través de las palabras. Y no hay silencio, por inmenso y cruel que sea, capaz de sustituir al chorro de palabras que constantemente fabrica nuestro cerebro. Por eso el filósofo Wittgenstein, estaba empeñado, en que nuestra única solución, nuestro único futuro, no era otro que arremeter contra los límites del lenguaje, para intentar agrandar nuestro mundo, rompiendo nuestras fronteras, y así poder nombrar aquello que aún no hemos nombrado, porque es de lo que, de momento, no se puede hablar. Y esto, si no me equivoco, también es el territorio de la literatura. Y ahí es en donde tenemos que trabajar, ampliando así nuestro pequeño horizonte. Es nuestra única salida.
Así es que pido por favor a todas aquellas personas que se dedican al noble arte de la escritura, que arremetan contra las fronteras de nuestro lenguaje, que lo enriquezcan y lo amplíen, y que hagan lo posible, para que descubramos todos esos horizontes que aún nos faltan por descubrir, y que están allí guardados entre las páginas de las novelas que aún no hemos leído, y entre las que están por escribir.
La novela no ha muerto. Lo que pasa realmente es que aún no ha hecho más que empezar. Que ciegos somos a veces. Que ciegos somos siempre.