domingo, junio 03, 2007






















El autor en la fiesta de Ediciones Irreverentes, celebrada en la casa de Cantabria en Junio de 2007

Primeros párrafos del relato del autor aparecido en el libro 13 para el 21

SON VENTANAS LAS PALABRAS

En los momentos más vibrantes parecía como si las manos del pianista no pudieran verse; los dedos corrían a toda velocidad, como si en el mismo segundo pretendiese tocar todas las teclas. Tuve aquel día la suerte de pasar por la puerta del auditorio, y fijarme sin querer en la programación. Vi que en la taquilla no había nadie esperando, y saqué una entrada para el concierto de piano de aquella misma tarde. Sin esperarlo, me encontré con una interpretación excepcional. Cuando te sucede algo extraordinario como este concierto de piano al que no esperaba asistir aquella misma mañana, es como si la imaginación ocupase el lugar de la realidad. La vida es más un sueño que otra cosa.

Hacía mucho que no acudía al auditorio a escuchar música, pero una serie de circunstancias, que no vienen al caso, hicieron que me acercara a las taquillas, y comprase la entrada de aquel concierto de piano. Y cuando la vendedora me dijo que quedaban muy pocas entradas, empecé a darme cuenta de que aquel concierto tenía algo de especial. El pianista era alemán y era de color, pero sobre todo era un virtuoso. Se sentó delante del piano, posó sus manos morenas sobre las teclas sin moverlas, y así permaneció inmóvil durante unos segundos, que a todos se nos hicieron eternos, hasta que de pronto, cuando ya nadie podía aguantar ni un momento más aquella extraña quietud en tensión, sus manos rompieron el silencio, y comenzaron a correr de un lado para el otro. A mi me consoló observar que mi emoción era compartida por casi todo el público; conteníamos todos la respiración para así dejar que el aire de la sala, pudiera emplearse entero en vibrar con las notas de aquel maravilloso piano negro de cola. Aquel enorme bloque de aire contenido en el interior del auditorio, se puso a la entera disposición de aquellas maravillosas manos que, con la única fuerza de sus dedos, parecía moverse invisible, al son de la música sin ninguna clase de pudor. No es la primera vez que me ocurre, pero aquella tarde, mientras escuchaba la música, me daba la sensación de que el aire era un ser vivo.

Parecen muy grandes esos pianos de concierto. Son instrumentos delicadísimos e increíbles. Tengo un amigo, German, que se dedica a transportarlos en una furgoneta acondicionada para ello. Los bajan y los suben, atados con gruesas cuerdas, que sujetan a fuertes poleas, por las fachadas de las casas, y cuando alguna vez paseando por las calles he presenciado un piano colgado en una fachada, no he podido evitar pensar en el enorme estrépito que se produciría si el delicado instrumento se desplomara sobre la acera desde un tercer o cuarto piso. Me contaba este amigo transportista, que los peores días para hacer este trabajo, son los días de mucho aire, ya que el piano se balancea peligrosamente, suspendido de las gruesas cuerdas, y el peligro real, es el de que se estampe contra la fachada de la casa, más que el de que se caiga al vacío. Dice que sólo le ha pasado una vez. Un piano de los grandes, empujado por el viento, rompió la cristalera de una terraza en un segundo piso, como si fuese un enorme péndulo, mientras los operarios impotentes, contemplaban la escena aterrorizados desde la acera, sin poder hacer absolutamente nada. En la casa, por suerte, no había nadie.

Artículo del autor aparecido en el número 5 de IRREVERENTES
DÍGAME LA VERDAD
“Una mañana, minutos antes de que el despertador comenzase a sonar me levanté de la cama algo confundido.” Este podría ser un bonito comienzo para un relato. Es algo que a todos, alguna vez nos ha pasado. Despertarnos antes de que el despertador suene. Pero sigamos: “entonces me di cuenta de que los muebles de mi habitación eran otros; mi cama no era la misma, ni tampoco la mesilla de noche. La habitación entera había cambiado. Entonces fui hacia la ventana, cuyas cortinas me eran totalmente desconocidas y descubrí que el perfil del horizonte no era el de todos estos años, sino que era otro distinto”. Parece fácil. El protagonista puede estar aún soñando. Todavía no se ha despertado, pero él cree que ya ha terminado de dormir.
En una de mis novelas, ocurre algo muy curioso. En ella hablo de la propia escritura y en numerosas ocasiones, le hago un guiño al lector, diciendo que escribo esto o lo otro sencillamente porque es lo más conveniente, es decir, declaro que me lo estoy inventando todo sobre la marcha, sin ningún pudor. Y de este artificio literario que más o menos consiste en comunicarse desde el propio relato, de forma directa con el que lo está leyendo, proviene una interesante pregunta de un lector de esta revista, que me dice que si estas palabras son o no son fantasía, entonces están o no están dentro del propio relato. Yo reflexiono muchas veces sobre esto y me pregunto si las palabras escritas en literatura, pertenecen a la fantasía o son palabras de la propia realidad. Si en una novela afirmo que estoy enfermo, en realidad no quiero decir que esté enfermo, aunque realmente lo esté. Y a todo ello hay que añadir mi idea de que la literatura es a veces más real que la propia realidad. Con los sueños pasa algo parecido. Si digo “estoy soñando”, entonces no lo hago, como se suele hacer, de forma inconsciente, sino que sueño conscientemente y esto parece que es imposible. El filósofo Wittgenstein se preguntó si el verbo soñar se podía conjugar en primera persona del presente ya que nadie sabe nunca cuando está soñando. La prueba de que saber que estás soñando es imposible, es que muchos lo intentan, pero nadie lo ha conseguido hasta la fecha. Y los que dicen haberlo logrado, parece que o bien están un poco chalados o que se equivocan. El misterioso antropólogo Carlos Castaneda, propone una especie de truco para alcanzar sueños “iluminados”, es decir, conscientes. Se trata de buscarse las propias manos en el sueño. De forma que si por casualidad las encuentras en mitad de la noche, puedes saber así que estás soñando en ese momento. Con lo que podrías conjugar el verbo en presente: “yo sueño”. Pero sólo por esa vez.
Les ocurre a muchos verbos que la conjugación en primera persona del presente: “yo leo” por ejemplo, no requiere comprobación alguna, pero, sin embargo, en tercera persona: “el lee”, necesita de la verificación o comprobación. Por lo tanto, en esto, el verbo soñar es casi único ya que en ninguno de sus tiempos se está seguro de nada y soñar es algo que está muy unido a la literatura.
Confuso y complicado asunto este de la realidad y la no realidad. Freud definió el conocido “principio de realidad” por el que se trata de definir y separar el “yo”, lo más íntimo que tenemos, de lo exterior; del resto del mundo. Pero a pesar de esto nunca sabemos si lo que vivimos es real o forma parte de una ilusión creada por nosotros mismos. Nunca llegamos estar seguros de si tenemos “el principio de realidad” sano o algo alterado. Mucha gente anda confusa toda su vida, dudando de todo siempre. Y dudan precisamente porque saben los cálculos que hay que hacer para alcanzar la solución del problema. Conocen perfectamente el camino que lo aclara todo, pero no son capaces de seguirlo con claridad. Si no tuvieran ni idea de como hacerlo ni conocieran lo que es la realidad, no dudarían, ya que la ignorancia, exime siempre de cualquier duda y viviendo en la ignorancia se rodea uno de certezas. La literatura entonces, más que ensoñación, sería un maravilloso método para fijar la realidad y para calmar a los que dudan de todo, aportándonos al menos la trayectoria a seguir de uno de los caminos posibles; el que nos indica o nos va indicando la historia narrada en su transcurrir. Pero por otra parte, decir que una novela es la narración de un sueño, no es nada descabellado. Nuestras vidas se componen de sueños y realidad y casi siempre la parte de realidad es pequeña y la de los sueños es la más grande. Sin ellos no seríamos nadie. Por eso es tan importante leer y tener contacto con la literatura ya que al fin y al cabo es una forma de acercarse a la realidad, al propio yo, pero a través de la imaginación o de los sueños. Rosa Montero dice que las novelas son como sueños de los escritores. Cuando comienzas a escribir una te lanzas al vacío y muchas veces, durante el acto de la escritura, te encuentras por sorpresa a ti mismo en el texto que has escrito, en mitad de ese sueño, como si te estuvieses mirando a un espejo y te vieses allí reflejado. En muchas novelas encuentra uno sus propias manos.
Conservé la calma a pesar de que no entendía nada. Mi ropa estaba allí, doblada tal y como yo mismo la había dejado sobre la silla la noche anterior, aunque la silla, por supuesto era otra, no la de siempre. Entonces, intentando no ponerme nervioso, comencé a vestirme. Me senté en la cama para abrocharme los zapatos y me fijé en el dibujo de la pequeña alfombra. En ella se veía un palacio que parecía de mármol, sobre una loma. Detrás en el horizonte estaba la línea azul del mar. Sin abrocharme los zapatos volví a asomarme a la ventana y allí estaba el palacio sobre su loma, idéntico al de la alfombra. Detrás de él estaba el mar. Salí de la habitación muy confundido. En la sala había una mujer desconocida que me dio cariñosa los buenos días. Yo contesté asustado, pensando que se pondría a gritar al verme, pero no hizo nada y siguió con su tarea casi ignorándome. Me despedí de ella diciendo “hasta luego” un poco entre dientes y salí a la calle. En el bolsillo de mi chaqueta encontré las llaves del coche que estaba en la puerta del jardín y sin pensármelo dos veces me puse a conducir sin ningún rumbo, hasta que llegué a una tienda de colchones que me llamó la atención. Aparqué en la puerta, saludé a una mujer que parecía una empleada de la tienda que me estaba esperando para que abriese. Nos saludamos amablemente y abrí la puerta de la tienda con la llave que había encontrado en la guantera del automóvil, y pasamos los dos al interior del local. Todo esto lo hice lleno de dudas y temores pero simulando total seguridad para no despertar en nadie ninguna sospecha. Así comenzó para mí esta nueva vida que tanto me gusta. Han pasado ya nueve años desde aquel día en el que me desperté en mi nueva habitación y la verdad es que me siento muy feliz, sin ninguna gana de volver a mi vida anterior, cuyos recuerdos poco a poco se van esfumando en mi memoria. De hecho estoy casi seguro de que mi vida anterior no era más que un sueño del que me escapé minutos antes de que sonase el despertador. Por eso desde aquel día, aunque me despierte antes de tiempo, aprieto los ojos con fuerza y permanezco inmóvil en la cama, justo hasta que el despertador comienza a sonar. El único problema es que como siempre al levantarme, tengo que mirar por la ventana y además salgo de casa todos los días con los cordones de los zapatos desabrochados. No quiero volver a correr nunca más riesgos innecesarios.